I
Los filósofos se trenzan en discusiones, muchas de carácter bizantino. Siguen diciendo que todo pasado fue mejor. Otros sostienen lo contrario: que todo futuro será mejor. Un debate interminable jamás saldado. El sentido común hace trizas estas desavenencias. Según cómo le haya ido a cada quién, así juzgarán su presente, pasado y futuro. Cuando vuelvo ver hacia atrás, en el caso de Raquel Mendoza, termino creyendo que, en cuestiones de salud, al menos la enseñanza-aprendizaje, hace unos cuarenta años daba mejores resultados. La joven Mendoza empezó a trabajar en el Hospital Asunción en 1984, como enfermera auxiliar empírica. Cuatro años después estudió la carrera de Técnico en Unidades Quirúrgicas en la Escuela Normal Regional de Chontales.
La vocación y el deseo de triunfar fueron el secreto para que Raquel emprendiera la travesía. Sabía que la única manera de salir adelante en un universo competitivo, sería mediante la combinación de trabajo y estudio. De lunes a viernes, de siete de la mañana a cinco de la tarde, asistía a clases y por las noches cumplía con su jornada laboral en el Hospital Asunción. Durante todo el año 1988, cabalgó a medio camino entre el estudio y el trabajo. Dada su situación socioeconómica, no podía actuar de otra manera. Aspiraba a ascender en la escala laboral y para eso requería contar con un título que avalara sus pretensiones. El cartón concretaba su voluntad de salir airosa. Muchas de sus compañeras comprendían que Raquel realizaba un esfuerzo formidable y valía la pena ayudarle.
Durante cuatro años consecutivos, igual que sus compañeras, hizo de todo, anduvo rotando de la sala de ortopedia a la sala de aislamiento de adultos, de la sala de pediatría a la sala de cirugía de mujeres y de esta a la sala de emergencia o de cuidados intensivos. En esa época todavía se acostumbraba atender en cuidados intensivos a niños y adultos. Culminados sus estudios, esperó dos años más para que fuese enviada a la Sala de Operaciones. Empezaría a ejercer las funciones que había aprendido en la Normal. En la primera cirugía recibió su bautismo. Algo inevitable. En 1991 estando de turno con el doctor Gerardo Madriz y Giovanni Suárez, como técnico quirúrgico, la enviaron a traer “Una pinza de pene erecto”. Salió a buscarla. Supo enfrentar la primera burla.
Como primeriza en la Sala de Operaciones no estaba a salvo de los dardos de sus compañeros. Mientras el doctor Luis Enrique Montenegro, practicaba una intervención quirúrgica, Ariel Bonilla, técnico anestesiólogo, le pidió el favor de fijarse “Si se salía el tubo por debajo de la vagina”. No cayó en la trampa. Todos rieron celebrando la ocurrencia. Pocas enfermeras salen ilesas en un mundo cargado de dobles sentidos. Raquel recuerda con nostalgia la última operación en que acompañó en el Hospital Asunción, al doctor Germán Jarquín Sandoval, uno de los médicos de mayor prestigio en Chontales. El Negro Jarquín, durante todos sus años de estudiante, desde primaria, secundaria y universitarios, fue el mejor estudiante. Se graduó con honores en la UNAN-León.
Uno de los tantos recuerdos de Raquel, está vinculado con la audacia que tuvo de expresarle al doctor Ernesto Blandón, que ella estaba decidida a guiarle en una operación de emergencia. Los ovarios de la paciente estaban totalmente sanos. Al auscultarla se percataron que la operación que debían realizar era otra. Tenía peritonitis. Eran la una meridiana. El doctor Blandón no contaba con ayudante. Solo estaba Raquel y Ana Rosa Rivas, como circular. Ni el doctor Ramón Oporta, ni el doctor Roberto Mora, los dos grandes, como los califica Raquel, ya se habían marchado del hospital. Se habían ido para sus casas. En un arrebato, dijo, “Yo sé cómo hacerla”. El doctor Blandón se la jugó. Dada la seguridad de Raquel, creyó que sabrían sortear las complicaciones.
Con aplomo y serenidad la enfermera empezó a guiar a Blandón, sobre cómo debía ser el procedimiento. Primero, limpiar el apéndice, pinzarla. Después le indicó cortarla y él continúo haciéndolo, tal como Raquel le indicaba. Nos queda ligarla (hilo se seda), introdúzcala en la bolsita de tabaco y sutúrela. El médico atravesó el desierto gracias a la pericia de Raquel. Al salir del quirófano, el doctor Julio Chavarría, que había servido como anestesiólogo, en un noble gesto, expresó en altas voces: “Raquel acaba de hacer una operación”. Un reconocimiento explícito a sus habilidades y destrezas. Cómo estímulo, la directora del Hospital Asunción, Lic. Rosa Argentina Madriz, la envió en noviembre de 2011 a Costa Rica, a participar en un Congreso de Cirugía Laparoscópica.
II
Raquel resiente que las actuales enfermeras no realicen su trabajo de la manera que aprendió a hacerlo su generación. A ellas correspondía retirar las sábanas, todo aquello que estuviese en la habitación, depositarlas en la lavandería y de acuerdo a lo entregado, recibir sábanas, fundas y toallas, para proceder a tenderlas en la cama de los pacientes. “Las enfermeras hoy hacen lo que quieren. Les dan alas. Antes todo el cuidado de los pacientes corría por nuestra cuenta”. ¿A qué obedecerá el cambio en las rutinas profesionales? En muchísimas ocasiones la falta de sensibilidad de enfermeras y personal administrativo en el Hospital Asunción, han sido cuestionadas públicamente. ¿Será que la paga es baja o existe una sobresaturación de trabajo que incide en su ánimo de trabajo?
Posando en casa de su suegra Raquel se sintió motivada al saber que la alcaldía municipal estaba donando terrenos a las personas pobres. Se personó para solicitar el suyo. El alcalde Isaac Deleo Rivas, se lo concedió en el barrio Nuevo Amanecer Segunda Etapa, con una condición, todos los beneficiarios debían aportar dos mil horas de trabajo y pagar el equivalente de diez dólares mensuales. La comuna donó los materiales y puso a su disposición a un ingeniero civil con su respectivo Maitro de Obras. Empeñada en tener su hogar, tomó una determinación similar a la que adoptó cuando decidió emprender sus estudios, trabajar en la construcción durante el día y laborar durante la noche en el hospital. Al inicio serían cuarenta casas de habitación. Hoy son mucho más.
Muchísimas familias abandonaron el proyecto, desertaron al no poder cumplir con la carga de trabajo impuesta por la alcaldía. Raquel sintió un alivio cuando pudo adquirir prestada una cortadora de hierro, propiedad del hospital. El doctor Leonel Rosales, médico ya fallecido, fue quien le hizo el favor de dársela prestada. Raquel pasó de realizar labores de zanjeo a servir como cortadora de hierro, ayudada por un jovencito asignado por el Maitro de Obras. En la medida que la construcción avanzaba, sentía que el cumplimiento de su sueño estaba a la vuelta de la esquina. Aunque estuviera muriéndose de cansancio por el desvelo, no podía desmayar. Llegaba a rastras, pero cumplía. El hecho de saber qué hacía lo correcto la serenaba. Se sentía plena y dichosa.
Después de haber trabajado durante quince años en el Hospital Asunción, Raquel fue llamada por el doctor Luis Enrique Montenegro, para trabajar a su lado en el Centro Médico. Me sorprendió que Raquel no tuviera nada especial que expresar de su paso por una institución, donde había laborado con ahínco. Únicamente me alcanzó a decir: “Lo mejor que pudo haberme pasado, es haberme salido del Centro Médico”. Tal vez lo dice porque a partir de ese momento empezó a trabajar de manera independiente. En poco tiempo se convirtió en una enfermera con altísima demanda. Vive sus mejores días. Dispuesta a poner sus conocimientos al servicio de los demás, se ha ganado la simpatía de numerosas familias; recurren a ella con la seguridad de que los resultados serán óptimos.
Mujer de pensamiento rápido, Raquel tuvo la corazonada de montar una farmacia, la idea se le ocurrió al ver tres vitrinas y un estante desocupados, en el que fuera negocio de Reynaldo Barberena. Decidida a concretar su deseo, remató la operación comprándoselas de inmediato a Marisela Barberena. Este fue el origen de la Farmacia Raquel, primero la instaló en casa doña Anita Fonseca. Su descendencia viene a confirmar una vez más, que las dinastías se forjan al interior de las familias. Sus dos hijas, Valeska y Arlen Fabiola Corea, estudiaron farmacia. La dedicación de tiemplo completo de su madre a esta profesión, fue determinante para que decidieran estudiar farmacia. Ambas trabajan apoyándola y en una combinación formidable, ejercen como regentes farmacéuticas.
Los resultados de Raquel han sido más exitosos en la curación de personas afectadas en sus pies, como resultado de sus padecimientos diabéticos. Un trabajo que requiere mucha paciencia. Una vez iniciado su método terapéutico, los videos muestran un antes y un después en la salud de los pacientes. A don Domingo González lo habían desahuciado. La receta prescrita era amputarle el pie, González se opuso rotundamente. Como ocurre generalmente en situaciones como estas, buscó alternativas. Alguien le dijo que probara con Raquel. “Nada vas a perder. Yo supe que curó a don Andrés Castro. A él le dijeron lo mismo que a vos, había que amputarle y se negó. Raquel se esmeró y logró parar la gangrena”. Para que les digo más, González se salvó de ser amputado. Un logro indiscutible.
El paso definitivo lo dio el día que decidió comprar la casa de habitación de Amanda Norori. Para lograrlo tuvo que enjaranarse. Prestó a Banpro veinticinco mil dólares. Sigue creyendo que está ha sido una de las mejores decisiones de su vida. Reacondicionó el local, instaló la farmacia y consagró un pequeño local para atender a los pacientes que llegan en busca de auxilio. Con más de treinta años de experiencia, más el impulso por demostrarse a sí misma, que trabajando de sol a sol y atendiendo solícita los llamados que le hacen las familias, para que llegue a sus casas a curar a los enfermos, ha logrado coronar exitosamente una vida consagrada a la enfermería. Mientras una salud de hierro siga acompañándola, me dijo que continuará laborando sin tregua ni descanso.